sábado, 18 de diciembre de 2021

Feminismos y cultura terapéutica: la tiranía de las emociones

Autora: Laura Yustas
Extraído de: Catarsi Magazín
 
La historia compartida entre feminismos y psicología ha hecho que la militancia feminista sea un espacio especialmente afectado por el giro terapéutico. El carácter individual y liberal de la cultura terapéutica tiene la potencialidad de convertir las luchas sociales en autorrevisiones privadas. Repasamos algunas de las claves de este debate urgente.


Para autoras como Eva Illouz, Frank Furedi o Vanina Papalini ―entre otras―, en las últimas décadas las sociedades del capitalismo avanzado han sufrido un giro terapéutico. Para explicar qué es la cultura terapéutica, qué relación tiene con los feminismos y qué consecuencias puede generar en las luchas sociales actuales, hay que hablar de los años 60 y 70 del siglo pasado. La socióloga Eva Illouz ha explicado cómo, antes de poder decir que “lo personal es político”, la psicología y el feminismo tuvieron que inventar nada menos que la intimidad, es decir, lo personal. Y esta creación la hicieron conjuntamente, dentro de una alianza simbiótica, en especial en lo relacionado con el cuestionamiento de la familia tradicional.

Sin embargo, a lo largo de las décadas la cultura terapéutica ha supuesto la priorización de lo privado (individual y de grupo) por encima de los compromisos sociales y colectivos. Su marco cultural ha llegado a todos los ámbitos de nuestra sociedad. Como explica Illouz, la obligatoriedad de una “gestión emocional” basada en el modelo psicologista ya forma parte de la cultura popular (vía autoayuda), las instituciones, las empresas o las escuelas. A pesar de que se habla popularmente de la necesidad de desestigmatitzar la terapia, la realidad es que la cultura terapéutica es hegemónica dentro y fuera de los feminismos.

Las décadas de alianza entre psicología y feminismos han pasado factura. En la actualidad el repertorio de acciones propio de los feminismos está lleno de dinámicas terapéuticas que tienen el potencial desactivador de las luchas sociales. Rondas de sentires, psicodramas, visualización de emociones, catarsis emocionales, etc. Las dinámicas terapéuticas se han mezclado tanto con los cuidados feministas que es difícil diferenciarlos.
 

El paradigma terapéutico

El paradigma terapéutico tiene tres premisas básicas: 1. La salud mental no es fácil de conseguir; 2. El entorno de la persona suele ser la causa del sufrimiento y, por tanto, no es útil a la hora de mejorar su salud mental; 3. Tiene que ser un profesional quien ayude a la persona a llegar al estado psicológico adecuado. Nunca se está lo bastante bien como para no necesitar una introspección terapéutica, porque el proceso centrípeto es potencialmente infinito.

En el ámbito político no es inocuo que ese proceso sea un misterio para los no iniciados, ni que no pueda estar guiado por el entorno de la persona. Desde Freud, la familia se ha convertido en el espacio de sufrimiento psicológico por antonomasia. Los feminismos son críticos con la estructura familiar tradicional, el sistema cisheteropatriarcal, etc., y para esa crítica han encontrado en la psicología una aliada útil. No obstante, hay que ver más allá de los peligros de la familia y pensar en la comunidad. El feminismo comunitarista va mucho más allá de la familia nuclear y es más útil para protegernos del individualismo liberal que una simple crítica a nuestro entorno. Desposeernos de nuestra capacidad para gestionar las dificultades en comunidad no es una vía para empoderarnos, sino una estrategia liberal.

Por otro lado, para hacer funcionar este sistema la cultura terapéutica requería otro cambio social: había que convertirnos en pacientes y hacernos desconfiar de nuestra resiliencia individual y social. Este proceso se ha producido desde la consideración de los humanos como seres extremadamente vulnerables que hay que guiar y proteger para evitar su sufrimiento.
Se ha creado un nuevo modelo de vida deseable en que el 'crecimiento personal' es el centro. Ese nuevo modelo de éxito se adapta a un contexto productivo en que las habilidades subjetivas, como la gestión emocional terapéutica, han pasado a formar parte del currículum básico

En algunas comarcas del País Valencià se utiliza popularmente la expresión tener mixorro, es decir, tener una actitud afectada que funciona como un exhibicionismo de la vulnerabilidad. Cuando una persona tiene mucho mixorro se autocompadece, se siente víctima de sus circunstancias y se limita a recrearse en su sufrimiento, renunciando a actuar para cambiarlas.

Como explica Papalini, se ha creado un nuevo modelo de vida deseable en que el crecimiento personal es el centro. Ese nuevo modelo de éxito, además, se adapta a un contexto productivo en que las habilidades subjetivas, como la gestión emocional terapéutica, han pasado a formar parte del currículum básico. Papalini explica que después de este cambio las condiciones materiales ―como por ejemplo tener un buen trabajo y una familia― ya no son garantías de éxito ni de felicidad. La nueva felicidad tiene que ver con la intimidad, es decir, con el crecimiento personal. Un crecimiento que en un primer momento parecía conectado con lo social a través de las sesiones de autoconciencia feminista (consciousness), que trataban de visibilizar el sistema de opresión patriarcal, pero que hoy se ha desligado de esta vertiente política para asumir, más bien, la percepción consciente (awakeness) que proponen terapias pseudocientíficas muy extendidas dentro de los espacios militantes, como por ejemplo la terapia gestalt.

Frente a este giro terapéutico algunos autores como Gilles Deleuze, Claire Parnet o Félix Guattari propusieron alternativas dentro del movimiento de crítica a la psiquiatría y a la psicología: por ejemplo, invertir la dirección terapéutica de la acción (centrada en la interpretación del pasado y en la percepción del presente) y generar líneas de fuga. Esas líneas de fuga son un ejercicio de experimentación social, que consiste en dejar de interpretar pasado y presente y empezar a construir hacia el futuro. La producción de subjetividad se construye en la interacción. Por ejemplo, en el caso de la masculinidad en los feminismos se podría aplicar así: los hombres dejarían de reflexionar sobre la masculinidad interiorizada y empezarían a hacer las tareas necesarias para el sostenimiento de la vida. Se trataría, por lo tanto, de cambiar la interpretación por las prácticas y los ensayos que transforman de manera efectiva las relaciones sociales.


Ejemplo 1. Los cuidados feministas y la gestión emocional psicologista

En la militancia, los cuidados feministas redistribuyen las tareas feminizadas e introducen las necesidades corporales. Los cuidados feministas tendrían que estar relacionados con la redistribución del trabajo necesario para sostener las luchas y los beneficios (materiales o simbólicos) derivados, tanto de ese trabajo de sostenimiento como de la lucha en sí misma. En cambio, la psicología ha reducido el ámbito de los cuidados y ha introducido en nuestras asambleas la tiranía de las emociones. A menudo encontramos listados de recomendaciones sobre cómo hablar en espacios militantes: habla desde tu experiencia, evita los juicios, etc. Estas recomendaciones se hacen desde el deseo de generar un buen ambiente colectivo, pero son sintomáticas de la hegemonía terapéutica y reducen los cuidados a una cuestión emotiva y formal. Se pide expresamente que se hable desde la experiencia (desde el yo, desde las emociones, no desde los conocimientos racionales) y que no se emitan juicios (porque las emociones no admiten la respuesta crítica).

Esta jerarquía que pone las opiniones y las emociones por encima de los saberes y de la reflexión crítica, oculta una realidad más preocupante: la expresión individual está por encima de la crítica que podría ayudar al grupo a mejorar.
Las emociones son importantes, pero no son el centro de los cuidados feministas ni tendrían que dinamitar las asambleas. Necesitamos menos 'rondas de sentires' y más 'sesiones de evaluación' de la redistribución y de la horizontalidad de nuestros colectivos

Los cuidados feministas tendrían que ser sinónimo de co-responsabilidad material y simbólica. La expresión individual de las emociones no contribuye a esta co-responsabilidad, más allá de dar información puntual sobre cómo se sienten las personas del colectivo respecto de una u otra cuestión. Las emociones son importantes, pero no son el centro de los cuidados feministas ni tendrían que dinamitar las asambleas. Necesitamos menos rondas de sentires y más sesiones de evaluación de la redistribución y de la horizontalidad de nuestros colectivos. Menos expresión narcisista y más experimentación social. Más ternura y menos mixorro, para que la sensibilidad trabaje junto con otras estrategias.

De hecho, las emociones entendidas como autoridad irrefutable no solo están tomando las asambleas feministas, sino que también se están introduciendo en otros movimientos sociales dentro del caballo de Troya de las nuevas masculinidades, que es otro ejemplo de revisión interna que no propone líneas de fuga sino círculos concéntricos.


Ejemplo 2. Las brujas de Federici

Otro ejemplo lo encontramos en cierta lectura que se está haciendo del trabajo de Silvia Federici. Como historiadora feminista de tradición marxista, Federici ha analizado las luchas por el salario del trabajo doméstico del feminismo de la diferencia (Revolución en punto cero), o ha relacionado el nacimiento del capitalismo con la quema de brujas, la misoginia, la creación de la familia nuclear o la penalización de la anticoncepción y el aborto (Calibán y la bruja). Es decir, Federici analiza las condiciones materiales que acompañaron y justificaron la creación del mito de las brujas y la expansión de la misoginia tal y como la entendemos ahora mismo.

No dice que las brujas fueran buenas personas, que fueran feministas o que tuvieran poderes mágicos. Dice que las brujas no existían, que las inventó el proto-capitalismo con el fin de generar las condiciones materiales para su supervivencia. Sin embargo, ciertas representaciones feministas de las brujas sugieren que esas mujeres luchaban por defender su espiritualidad y unos conocimientos místicos y secretos y, así, se ha generado una defensa de las brujas mitificada y despolitizada. Este es un ejemplo de giro terapéutico. Se ha cogido un discurso basado en el estudio metódico (y científico) de la historia y en el cuestionamiento de las falacias capitalistas y patriarcales, y se ha reducido a una lucha personal por la libertad espiritual de corte liberal.

En la misma línea, se ha producido, por ejemplo, un giro terapéutico en la cultura menstrual. Hemos huido de los médicos que nos decían que nos quejábamos de dolores que no existían, y hemos caído en foros feministas en los que las compañeras nos dicen que si la regla nos duele es porque tenemos un bloqueo y no conocemos suficientemente nuestro ciclo. Hemos huido del paternalismo de la medicina para adentrarnos en nuestra propia red esotérica y culpabilizadora.


Ejemplo 3. Las actividades terapéuticas de las activistas feministas

Un tercer ejemplo es la sorprendente frecuencia con que las activistas feministas van a terapia, especialmente a terapia gestalt. También está normalizado tener coach, buscarse a sí misma en viajes a Asia, basar decisiones vitales en lecturas del tarot o creer en energías que determinan la dirección de las propias vidas. Papalini explica cómo esa espiritualidad hecha a la carta está fuertemente conectada con el individualismo liberal. En nuestro caso, aleja los feminismos de la revisión crítica de las condiciones materiales y sociales necesaria para generar transformaciones radicales como la redistribución económica.

En la lucha política, centrarse en el yo y en las emociones es dejar de lado el nosotras. Esto es así incluso cuando esa introspección se realiza en grupo, porque un grupo de personas tratando de transformarse a sí mismas también activa un privado de grupo.


Conclusiones

Las técnicas terapéuticas tienen el potencial de desactivar las luchas sociales y se han introducido como cuidados feministas, cuando realmente son una estrategia de autorreproducción de la hegemonía cultural terapéutica. La cultura terapéutica atrae porque se centra en la catarsis emocional y en la expresión de lo privado. Nos promete mejoras emocionales y felicidad, pero hay que recordar que primero nos ha hecho creer que no somos felices y ahora nos está vendiendo recetas para serlo. Si permitimos que el individualismo terapéutico continúe siendo el faro que determina la dirección de nuestras luchas, el puerto al que llegaremos será menos colectivo, más narcisista y puramente liberal.

Los feminismos necesitan separarse de la cultura terapéutica, o puede llegar a absorberlos y desactivarlos. Los cuidados feministas no consisten en lamerse las heridas, sino en construir juntas una comunidad que el individualismo y el autoritarismo de la cultura terapéutica contribuye a destruir. Vivimos en una tiranía de lo privado, que en los colectivos feministas se está traduciendo en una tiranía de la expresión emocional. En la actualidad, de hecho, los feminismos están funcionando como un núcleo que irradia hegemonía terapéutica hacia otros espacios de militancia de izquierdas. Es, en cierta medida, responsabilidad de la militancia feminista trabajar para revertir esta tendencia.



Este texto fue publicado en catalán por Catarsi Magazín y posteriormente por El Rumor de las Multitudes.

Sobre el blog El rumor de las multitudes:

La filosofía se sitúa en un contexto en el que el poder ha buscado imponerse incluso en los elementos más básicos de nuestro pensamiento, de nuestras subjetividades, expulsando así de nuestro campo de visión propuestas teóricas y prácticas diversas que no son peores ni menos interesantes sino ajenas o directamente contrarias a los intereses del sistema dominante.
En este blog trataremos de entender los acontecimientos del presente surcando –en ocasiones a contracorriente– la historia de la filosofía, con el objetivo de poner al descubierto los mecanismos que utiliza el poder para evitar cualquier tipo de cambio o de alternativa en la sociedad. Pero también de producir lo que Deleuze llamó líneas de fuga, movimientos concretos tanto del presente como del pasado que, escapando del espacio de influencia del poder, trazan caminos hacia otros mundos posibles.