Autor : Juan A. Rojo
DOSIER «Por la emancipación» | Extraído del cnt nº 429
Nuestra
especie se fascina fácilmente por las rarezas, hasta el punto que
creemos dar por solucionado un problema si corregimos las
«singularidades». Este sesgo nos hace tomar decisiones erróneas. El
remedio pasa por contemplar el fenómeno al completo desde un plano más
elevado.
Esto es lo que les ocurrió a los ingenieros del Centro de
Análisis Naval de los EE UU en los inicios de la Segunda Guerra
Mundial. Los militares intentaban por todos los medios reducir la
vulnerabilidad de sus aparatos. Para ello, mapearon los impactos
sufridos como consecuencia del fuego enemigo en los aviones que habían
regresado de sus acciones bélicas. Se afanaron en blindar las partes
afectadas sin que supusiera una importante pérdida de maniobrabilidad;
pero, sin resultados, terminaron hastiados. Fue Abraham Wald, un
eminente estadístico judío que había llegado al país poco antes huyendo
del régimen nazi, quien, nada más escuchar sus argumentos, les informó
de su error: precisamente las zonas dañadas de los aviones que habían
regresado eran las que no necesitaban ningún tipo de refuerzo; lo letal
era lo que no estaba siendo observado. Si querían obtener resultados
favorables en la seguridad de sus aeronaves, precisamente deberían
preocuparse de los impactos que dañaban partes esenciales para la
navegación. Los puntos mapeados en los aviones que regresaban eran
justamente los que menos afectaban a la seguridad.
EL ANARQUISMO
El
proletariado se había estado organizando prácticamente desde sus
inicios, cuando la Primera Revolución Industrial altera la economía a
finales del siglo XVIII y las revoluciones burguesas van deshaciendo las
organizaciones gremiales (Ley Le Chapelier, 14 junio 1791). Son los
primeros pasos. El societarismo, las bolsas de trabajo, los socorros
mutuos, las cajas de resistencia y el cooperativismo, tanto de
producción como de consumo, son las primeras fórmulas que los obreros
europeos ponen en práctica para resolver los acuciantes problemas de su
existencia. Pero pronto se dieron cuenta de que obteniendo ventajas
concretas, todo su esfuerzo no servía de mucho; o bien era una rebeldía
individualista, que sólo rescataba a unos y fragmentaba al conjunto, o
bien era un reclamo para vividores. El obrerismo revolucionario tuvo que
elevarse por encima del sindicalismo de mera resistencia hasta
desarrollar un planteamiento de transformación social.
Proudhom,
Marx y Bakunin sientan las bases ideológicas de esta nueva aventura. A
partir de entonces, ya no se pretende la mera reforma, sino el asalto
político del proletariado. Una nueva economía política que expandieron
por toda Europa, con sus textos, su activismo y sus consignas
revolucionarias. Estas nuevas ideas se resumen en los estatutos de La
Internacional; aunque quedaba lo más peliagudo: estructurar la
ingeniería institucional para llevar a cabo tamaña empresa.
"Si el sindicato es un objeto de consumo, no hay militancia ni puede haberla porque se degrada el motivo."
Poco
a poco, los trabajadores de los distintos países van pergeñando las
organizaciones que servirán de vehículo para alcanzar sus fines. Y es
así como los trabajadores españoles hacen suyo el mensaje, inmersos en
su tradición cultural, y conforman un programa propio para organizar un
nuevo régimen: nace el anarquismo como concepto político.
EL SINDICALISMO HUMANISTA
Desde
sus inicios, el anarcosindicalismo español se demuestra tremendamente
eficaz para arrancar mejoras a la burguesía. Una y otra vez, las huelgas
campesinas y obreras guiadas por esta nueva fórmula consiguen el
respeto del patrón y obtienen importantes logros. Pero, a la vez, cuando
el sindicalismo deja de ser el campo de ejercicios para el
entrenamiento revolucionario, el éxtasis, a consecuencia del triunfo,
termina provocando la tragedia. La revolución, como hecho
transcendental, en vez de institucionalizarse, queda cosificada y
provoca la comodidad apática. Es el punto de inflexión en el que se
inicia la decadencia. Al igual que Ícaro, el anarcosindicalismo ha de
saber gestionar la responsabilidad que se tiene en el momento del
triunfo para no morir de éxito.
Con la posmodernidad, después de
la segunda guerra mundial, y sobre todo después de la caída del muro de
Berlín, el gran relato desaparece definitivamente. El ímpetu político se
desvanece. Sin metanarrativa no hay Norte y el programa de la
revolución no se puede orientar. Termina sustituido por la medicina
asistencial. Entonces gana terreno la individualidad y se acelera el
declive. No hay alternativa al sistema de explotación, ya no procuramos
un mundo mejor, sino mejorar mi vida. La política se convierte en un
hecho psicológico, porque se privatiza el padecimiento.
"No hay anarquismo sin ambición política. El anarcosindicalismo no puede ser un fin en sí mismo."
Y
se infiltran nuevos programas. Si el sindicato no sirve para
institucionalizar el aparato tecnológico de la revolución, acaba siendo
usado para que otros hagan política. Es el momento de los arribistas. Ya
no quieren acabar con el problema, simplemente, interesa visibilizarlo
para obtener un beneficio, incluso a costa de dilatarlo.
Ahora, ya
no hay una clase con aspiraciones políticas, hay individuos que creen
que son lo más importante. El militante prometeico es sustituido por el
afiliado dionisiaco y hedonista; la hermandad, por la identidad que
fragmenta la sociedad (Margaret Thacher: «La sociedad no existe»); el
ser universal, por la persona con rostro; el principio de realidad, por
el principio del placer (en palabras de Freud); el futuro fundamentado
en un pasado, por la premura del presente; la razón, por el sentimiento;
la emancipación mediante la moral del trabajo, por la ética del
consumo; la palabra, por la imagen; y el mitin, por el espectáculo.
En
definitiva, cada día nos alejamos más de la construcción de una
alternativa a estructuras económicas, sociales y políticas obsoletas. Ya
no gestamos una organización política más flexible y racional que
derive en una economía fructífera, basada en la ciencia y el trabajo, y
que permita la elevación de las condiciones materiales y personales: «El
anarquismo tiene claramente la finalidad de mejora productiva y avance
económico» (Kropotkin).
¿Y SI NOS FIJAMOS EN LOS AVIONES QUE NO REGRESAN?
Si
sólo nos preocupamos de la desviación, los trabajadores capacitados son
marginados. Si el sindicato es un objeto de consumo más, no hay
militancia ni puede haberla porque se degrada el motivo. Se acercarán a
nuestra organización los que tienen problemas y, en mayor medida, lo
harán aquellos que los causan. Así, el debate intelectual se reduce;
carente de un sistema ideológico forjado con la política real, el credo
malicioso comienza a hacerse con el control mediante el discurso fácil y
maximalista que oculta la incapacidad para administrar la realidad. Y
el anarquismo se debilita. Ahora se valora lo zafio, lo cutre, lo
argumentalmente débil. Es lo que se necesita para medrar. El oportunista
se conforma con un rebaño dócil que trague sin rechistar su
insustancial papilla ideológica.
"Si hablamos de retos para un futuro, es necesario hablar de la luna y no del dedo que la señala."
Las
personas que se esfuerzan para obtener una formación, que trabajan con
ahínco, que producen, que contribuyen con enorme sacrificio a su
sociedad, no buscan sólo una solución concreta. Están hartos de un
sistema de explotación que día tras día extrae su sangre y les condena a
la esclavitud en favor de una chusma cada vez mayor de pesebristas,
aunque ese privilegio venga ahora disfrazado de las identidades con las
que se teje el nuevo Estado clientelar. Estos trabajadores no necesitan
sólo un sindicalismo compasivo, demandan mucho más. A estos no se les
gana con empalagosas frases morales porque la nueva moral destilará de
una nueva economía política más eficiente. Depositarán su confianza en
aquellas formaciones que les garanticen un futuro mejor: un techo
adecuado para los suyos, una educación de calidad para sus hijos, una
asistencia sanitaria para sus mayores, unos medios de transporte ágiles
para ir a su trabajo, una alimentación sana para su familia… En
definitiva, entregarán su voluntad a aquellos que hagan política,
política real, no hipocresía.
Ya basta de apoyar la ideología de
otros para empezar a hacer nuestra política. No hay anarquismo sin
ambición política. El sindicalismo no es un fin en sí mismo. La política
es la brújula que orienta cada una de las decisiones que se toman en
una organización decididamente revolucionaria.
Desde este planteamiento, tres son los ejes de acción:
- ˜Unidad.
La emancipación social de la clase obrera universal será el único
camino hacia la verdadera liberación. La unidad en el sufrimiento
muestra al trabajador que debe hacer lo mismo en la salvación: o somos
todos salvos o todos perecemos. Ésta es la ley de la unidad, en
contraposición de la propuesta identitaria que disuelve al movimiento
obrero en infinitas facciones. Ya no será tan importante el arreglo de
las contrariedades particulares como la construcción común de un
paradigma renovador.
- ˜Organización. La revolución se convierte
en un concepto religioso si no va acompañada de una materialización
institucional (tecnológica) que la ampare: «Nuestro reino es de este
mundo». El primer paso, por tanto, hay que darlo para hablar de política
interior; que significa gestionar el patrimonio, formar a los mejores
para adaptar la organización al medio, seleccionar los servicios
auxiliares externos (jurídica, informática, inmobiliaria, gestoría…),
diseñar la red unitaria de información y establecer claramente los
planes y programas.
- ˜Administración. Por último, la potencia de
la Organización no dimana de floridas frases propagandísticas
atemporales, sino de su capacidad para responder a los retos concretos
del presente; que nos alejará de falsos maximalismos porque armoniza la
relación entre individuo, sociedad e institución: ¿Cuál es la respuesta
de la CNT ante el desafío de la pandemia como momento culminante de toda
una serie de transformaciones económicas, tecnológicas y sociales? ¿Por
qué callamos ante el brutal sobredimensionamiento del Estado que se
materializa en una deuda pública desbocada que pagarán con sudor y
sangre los trabajadores? ¿Qué explica el flirteo con el desigual
nacionalismo fraccionario? ¿Cómo es posible que no critiquemos el
alegato gremial de las mareas profesionales? ¿Dónde se ha visto que una
organización igualitarista ampare legislaciones basadas en el derecho
penal de autor? ¿Tenemos alternativa a la desindustrialización de
España?…
A veces el silencio puede ser ensordecedor. Si
hablamos de retos para un futuro, es necesario hablar de la luna, y no
del dedo que la señala. Dejemos de camelar a consumidores del
neoliberalismo global y forjemos militantes captados de las filas
obreras para hacer política juntos. Un desnortado proyecto sólo
amenazará la protección de nuestros derechos como trabajadores y, lo que
es peor, la supervivencia de la propia CNT como organización
revolucionaria de los obreros españoles.