Introducción al consumo combativo
Cada vez hay más personas para quienes comprar es como votar, una
elección política. No está mal. La compra alevosa pone en primer plano
una cuestión que aterroriza al Estado: el ejercicio de nuestra capacidad
de decisión. Nos referimos a un ejercicio diario y real, no cuatrienal
ni simbólico. Pero la imagen “comprar es votar” se queda demasiado
estrecha desde una perspectiva autogestionaria. La compra es sólo la
mitad de un tipo de intercambio de mercado muy concreto, la compraventa,
el intercambio capitalista por excelencia. Y el voto es el simulacro de
decisión característico de la democracia representativa parlamentaria,
el régimen predilecto del capitalismo. En otras palabras, la compra no
es más que la reducción capitalista del consumo, del mismo modo que el
voto no es más que la reducción estatal de la acción política. La
percepción de la compra como voto es sutilmente restrictiva, no induce a
pensar en tipos de intercambio no mercantiles ni en procesos políticos
que impliquen el libre ejercicio de nuestra capacidad de decisión sin
intermediarios.
En contraposición a un llamado “consumo responsable” que sostiene que
comprar es votar está apareciendo últimamente un consumo rebelde,
amotinado, que defiende que comprar es luchar y que queda vívidamente
definido por grupos como La Granada[1]:
El consumo combativo es una revolución a fuego lento, el arte de
convertir el potaje de garbanzos en un atentado cotidiano contra toda
autoridad.
El consumo combativo es una recuperación de nuestra responsabilidad
indelegable de decidir sobre todo lo que nos afecta, una
responsabilidad que no estamos dispuestos a transferir a ningún
representante político, sindical o religioso.
La Granada es una fruta explosiva. Somos trabajadoras y trabajadoras
en lucha contra el Estado y la empresa capitalista, no un club del
gourmet o un eco-centro de salud nutricional. Nuestro objetivo es
debilitar al Estado y a la empresa capitalista a través de la
organización asamblearia del consumo y reforzar al mismo tiempo a los
colectivos productivos autogestionados.
Lo que propone La Granada es llevar la guerra de guerrillas a un terreno
muy incómodo para el Estado pero transitado cotidianamente por
nosotras: la jungla del consumo. El Estado tiene muchos recursos para
perseguir a una masa organizada que decida entrar en un Carrefour y
arrasarlo pero apenas tiene recursos para perseguir a una masa
organizada que decida arrasar un Carrefour por el procedimiento
contrario, no entrando nunca en él, ignorándolo. Esta es una de las
grandes ventajas del boicot, que puede hacer un daño enorme al
capitalismo con una exposición mínima a la represión. Eso sí, nos
referimos a un boicot “bien entendido”, tal y como lo describen las
compañeras de Debate Anarquista.:
Una acción coordinada para no comprar en una empresa capitalista
concreta no daña al capitalismo si nos vamos a comprar
descoordinadamente a otras empresas capitalistas. El boicot, bien
entendido, es una coordinación del consumo, es decir, la planificación
de dónde no vamos a consumir tanto como la coordinación de dónde sí
vamos a hacerlo[2].
La simple orquestación de una “no compra” es un boicot a medias,
inconcluso, quizá efectivo en campañas reivindicativas puntuales pero
carente de profundidad revolucionaria. De aquí surge la idea de la
“compra colectiva” como culminación de la “no compra colectiva”, un
perfeccionamiento del boicot.
La compra colectiva como arma del consumo combativo puede llegar a
hacerse en el mercado capitalista y compartir bastantes de los criterios
del consumo responsable, como veremos enseguida, pero la
intencionalidad subversiva lo trastoca todo[3]. El consumo responsable
puede ser fácilmente recuperado por el sistema, convertirse en un
eslogan de marquesina subvencionado por el Ministerio del Buen Rollo;
entrar en el temario de Educación para la Ciudadanía; mercantilizarse
como el bicarbonato de una clase media urbana con malas digestiones de
conciencia o salir en portada del próximo suplemento dominical de El
País. Pero el consumo combativo es ya irrecuperable, no tiene remedio.
Cada acto de consumo –que no tiene por qué ser necesariamente una
compra[4]- es doloso, tiene el punto de mira puesto en la transformación
del sistema económico y político.
La compra colectiva como arma del consumo combativo.
[…] no nos contentamos con organizar nuestro consumo de alimentos.
Queremos organizar el consumo de toda clase de productos y servicios
básicos, de todo lo necesario para la vida. De hecho, aspiramos a una
sociedad en que la producción esté determinada por el consumo y no al
revés, como sucede bajo el capitalismo.
Entendemos la compra colectiva como una forma de continuar
desarrollando nuestra cada vez más desarrollada organización del
consumo. Con Karakolas no sólo hemos perfeccionado herramientas sino,
más importante aún, estructuras de coordinación y toma de decisiones
conjuntas: Redes asociativas que pueden crecer sostenidamente y sin
afectar la autonomía de cada grupo integrante.
Las compras colectivas tendrían dos objetivos:
El prioritario, crear “círculos virtuosos autogestionarios”. Se
trata de desviar el consumo de todos los productos que podamos a
proveedores que no exploten a trabajadores, que se organicen de forma
asamblearia como nosotras y respeten nuestros criterios ecológicos. Esta
demanda concentrada fortalece a los productores autogestionados, que
son entonces capaces de mejorar su oferta a los consumidores
autogestionados (ampliando la variedad, mejorando la calidad, ajustando
precios, etc.) Y vuelta a empezar en ciclos cada vez más potentes. De
esta manera nuestras compras estarían sirviendo directamente para
fomentar la economía alternativa que perseguimos.
El secundario, romper “círculos viciosos capitalistas”. Hay multitud
de productos de uso cotidiano que todavía no podemos encontrar en la
Autogestión y tenemos que comprar al capitalismo (pilas, bombillas,
papel, menaje, herramientas, etc.) Nuestra demanda desorganizada de
estos productos potencia la lógica productivista capitalista que, regida
por la máxima obtención de beneficio al menor costo posible, agrava la
explotación laboral, el ecocidio (o destrucción de la naturaleza
transformada en recurso mercantil), el control monopolístico de los
precios, etc. Cada ciclo, cada rotación de stocks en las estanterías del
supermercado, empeora la situación. Con la compra colectiva podemos
romper estos círculos viciosos (por ejemplo, mediante la promoción de
proyectos autogestionados con el dinero obtenido en los descuentos)…
El texto recién citado está sacado de una ponencia tratada el 24 de septiembre pasado en la Asamblea de Karakolas,
integrada actualmente por más de 40 grupos de consumo. Para la última
parte, referida a la ruptura de “círculos viciosos capitalistas”, se
manejó un trabajo del extinto colectivo Banda Ancha publicado en 2012
bajo el título “La compra colectiva como instrumento de lucha contra el
capitalismo”, del que rescatamos los siguientes párrafos:
En el mercado capitalista, toda compraventa es una negociación entre
partes contrarias. Llamamos compra colectiva a la compra organizada en
red con el objeto de conseguir mayor poder de negociación frente a las
empresas capitalistas, la parte contraria. A mayor fuerza de compra, más
poder de negociación.
El efecto inmediato de la compra colectiva es el abaratamiento del
precio del producto. A las empresas capitalistas les suele salir
rentable sacrificar márgenes de beneficio a cambio de volumen de venta.
En otras palabras, con la compra colectiva aplicamos el mismo principio
que cuando regateamos descuentos con el tendero por comprar tres
unidades de un producto en lugar de uno, pero a lo bestia. Obviamente,
una compra colectiva orientada sólo a la reducción de precios no hace
más que alimentar el consumismo desaforado del que se nutre el
capitalismo. De hecho, existen varias páginas de comercio online que
obtienen cientos de millones de euros de beneficio anuales por el
procedimiento de mercantilizar compras colectivas. Pero nuestra forma de
salirnos de este círculo vicioso consumista es donar el beneficio
obtenido en la compra colectiva a proyectos sin ánimo de lucro que
tengan una intencionalidad revolucionaria. Es decir: invertir el
beneficio de la compra en la destrucción del vendedor. Sólo por esto,
merece la pena organizar la compra de los productos que compramos
desorganizadamente en el Carrefour (bombillas, pilas, papel higiénico,
etc.)
Pero hay más. A medio plazo, podremos conseguir mucho más que
descuentos mediante la organización de nuestras compras. Podremos
intervenir en los procesos de producción y distribución de nuestros
proveedores capitalistas, por ejemplo, o en las condiciones laborales de
su plantilla asalariada. La simple perspectiva de perder un cliente con
un potencial de compra masivo puede obrar milagros en la
“responsabilidad social corporativa” de las empresas. La fuerza de
compra es el factor principal pero no el único. Hay otros factores que
incrementan también nuestro poder de negociación. Un colectivo
organizado de consumidoras siempre representa una amenaza mayor para la
empresa capitalista porque dispone de más medios de defensa y ataque que
la consumidora aislada (cajas de resistencia para sostener acciones
jurídicas, impagos coordinados, campañas públicas de desprestigio,
boicots, etc.)
Por último, a una escala suficiente, las compradoras organizadas
seremos capaces de dar la espalda a las empresas capitalistas y hacer
viables proyectos autogestionados que fabriquen bombillas, baterías,
paneles solares, etc. Ese momento llegará cuando seamos capaces de
financiar los medios de producción necesarios y garantizar la demanda.
La RCC (Red de Compras Colectivas)
En junio de 2015, la RCA acordó impulsar una Red de Compras Colectivas. Paralelamente, por las mismas fechas, Faircoop
inició un proyecto muy similar en el marco de su mercado virtual
Fairmarket. En julio de 2016, compañeros de la RCA y Faircoop descubren
por casualidad que están trabajando en proyectos convergentes e inician
inmediatamente una colaboración que acelera el proceso de constitución
de una RCC de dimensión internacional. En Madrid, animadas por el
impulso, las Asambleas de La Canica
y Karakolas acordaron unirse a la RCC el 17 de septiembre y el 24 de
septiembre, respectivamente.
Las compañeras informáticas están ultimando la adaptación del software
de Karakolas y Fairmarket a una aplicación que tendrá un funcionamiento
muy parecido al de una plataforma de crowdfunding. Los colectivos
adscritos a la Red podrán realizar propuestas de compras colectivas de
un producto a través de la RCC, fijando una cantidad mínima de unidades y
un plazo de tiempo para alcanzarla. Si el total de los pedidos no llega
a la cantidad mínima en el plazo fijado, la propuesta de compra se
considerará rechazada y el dinero adelantado se retornará. Las
comunidades usuarias de monedas alternativas podrán establecer
intercambios en faircoins, canicas, ecos, etc.
Los contactos con proveedores se han iniciado ya. De hecho, aunque la
aplicación no está aún operativa, la RCA ha aprobado una primera compra
de 600 kilos de café Rebeldía,
producido por cooperativas zapatistas y distribuido por una Asociación
solidaria de Barcelona adherida a Fairmarket. La compra se ha efectuado
para garantizar existencias de café en 2017, ya que los pedidos a las
productoras zapatistas en lucha se hacen anualmente -cada mes de
octubre- para facilitar la programación de su temporada. También se está
mirando la posibilidad de abrir un canal de importaciones con ERT
argentinas (Empresas Recuperadas por los Trabajadores) y con
cooperativas textiles de la Rojava kurda, otra de esas regiones del
mundo donde se está ensayando la autonomía libre asociacionista, sin
Estado ni patrones ni patriarcas. Ya dentro del espacio europeo, las
compañeras griegas de la fábrica okupada VIO.ME nos han enviado su catálogo de productos de limpieza, que empieza literalmente así:
Nosotras, las trabajadoras de VIO.ME en lucha, liberadas de los
jefes, continuamos resistiendo a pesar de la presión y las maniobras
legales que se operan a nuestras espaldas. Nos resistimos como
trabajadoras a abandonar la fábrica y perseveramos en nuestra demanda
central: Las fábricas, así como toda la riqueza social, deberían ser
gestionadas por quienes las producimos.
Por último, la RCC cuenta con la estructura legal necesaria para
enfrentarse a los obstáculos burocráticos a los que tendrá que
enfrentarse[5]. Aunque la tercera entrega de nuestro serial titulado “La
Acción Económica” tratará precisamente de este tema, no podemos evitar
la tentación de adelantar un par de apuntes. Sólo los colectivos con
poca personalidad confunden su identidad con la de una “persona
jurídica” o se identifican con “Números de Identificación Fiscal” (NIF).
De las empresas capitalistas hemos aprendido que las personas jurídicas
son como los vehículos, las hay de todas clases, para usos deportivos o
industriales, para embestir escaparates en los alunizajes o ponerse a
salvo después de atracar bancos. Por cierto, una Sociedad Limitada puede
ser el escudo instrumental de una Asamblea de trabajadoras y una
Cooperativa puede ser la tapadera de una penitenciaría laboral que
exprime a miles de trabajadoras[6]. Las escrituras notariales e
inscripciones registrales no determinan las relaciones de producción. La
explotación laboral es un fenómeno económico, no jurídico, que en el
caso concreto del asalariado se da cuando el factor de decisión en una
unidad productiva (tienda, taller, bar, almacén, etc.) es el capital y
no el trabajo.
Pero todo esto se verá más tranquilamente en el siguiente episodio de
“Acción Económica”, si el tiempo y las autoridades lo permiten.
[1] http://lagranada.org/. Grupo de consumo constituido en 2014 y adherido a la RCA.
[2]
Fragmento de una propuesta de la D.A. (Debate Anarquista) a la COA
(Coordinadora Obrera Anarquista). La D.A. es un colectivo de Madrid
adherido a la COA que sintetiza planteamientos del anarcosindicalismo,
de donde proviene, con planteamientos del consumo combativo. Por
ejemplo, en la misma propuesta citada:
El capitalismo también nos explota a través del consumo, no sólo
laboralmente. De hecho, la explotación a través del consumo es
imprescindible para mantener a la clase trabajadora en un estado de
perpetua dependencia del salario capitalista. Consecuentemente, no
plantear batalla al capitalismo en el frente del consumo equivale a
reforzar sus posiciones en el frente de la producción
https://adargainfo.com/coaweb/directorio
[3]
Incluso la iconografía. El carrito de la compra ya no es una urna
rodante donde depositamos votos sino un tanque, como en el logo del
proyecto Carro de Combate, que adopta además el lema “¡consumir es un
acto político!”
http://www.carrodecombate.com/
[4]
Desde una perspectiva autogestionaria, la organización de la compra no
sólo es un acto de desobediencia sino el inicio de la transición hacia
otras formas de intercambio entre consumidoras y productoras. La
transición se opera en distintos niveles. En Madrid, por ejemplo, La
Canica ha pasado del intercambio de mercado capitalista al intercambio
de mercado mutualista con moneda alternativa. El Nodo de Carabanchel ha
dado un paso más adelante, dejando atrás los intercambios mercantiles y
ensayando con éxito intercambios recíprocos desmercantilizados, basados
en la colectivización de medios de producción. Otros experimentos
comunitarios con la propiedad colectiva del producto del trabajo han
saltado incluso a formas de intercambio comunistas libertarias, como la
“toma del montón” en función de las necesidades de consumo.
http://nodocarabanchel.net/
[5]
Destacamos aquí un juguete nuevo aportado por Faircoop. Se trata de
Freedom Coop, la primera SCE de la que tenemos noticia. Una SCE
(Sociedad Cooperativa Europea) es una figura societaria tan rara que la
propia Comunidad Europea tuvo que asignar una partida presupuestaria
para darla a conocer, sin mucho éxito. Para constituir una SCE se
necesita un capital social de 30.000€ y dos sociedades cooperativas
radicadas en dos países distintos de la Unión Europea.
[6]
Otro tanto cabe decir sobre cualquier otra documentación legal como,
por ejemplo, un contrato de trabajo. No es raro que colectivos
autogestionados finjan relaciones contractuales laborales para generar
derechos a prestaciones o, al revés, que empresas capitalistas finjan
relaciones contractuales mercantiles con sus asalariados para abaratar
costes salariales, evadir cotizaciones a la seguridad social, etc.
http://lacanica.org/2016/12/04/la-compra-colectiva-como-arma-del-consumo-combativo-la-accion-economica-parte-2/